miércoles, 16 de febrero de 2011

Sobre las disculpas y el perdón



No sé qué tengo yo con las etimologías... creo que mi gusto va creciendo por el gran favor que me hace la precisión de términos, pues cuántas veces batallamos para poder conceptualizar lo que llevamos dentro... no en afán controlador o racionalista, sino incluso como muestra de gratitud para con Dios, llamar a las cosas por su nombre, en la medida de lo posible, fue una de las primeras tareas de Adán con Dios: a eso le llamaré mar, a aquello sol, a lo demás allá bosque... Y yo en mi alma percibo algo similar: esto que está por aquí es ternura, aquello son expectativas, lo de más acá es nostalgia de oración... y sigue la lista.
Les comparto una especificación del todo amateur, nada académico - de ante mano pido disculpas si comento una barbaridad lingüística, aquí mi finalidad es de otro tipo, gracias por la comprensión-. En la vida, todos nos hemos encontrado en situaciones en que ofendimos o hemos sido ofendidos, con o sin razón, con o sin intención, pero el hecho es que esa relación (familiar, amistosa, laboral, etc...) se ha visto mermada, debilitada y ha de ser restaurada. También Dios entra en juego aquí... a veces nos enojamos con Dios, sabemos que Él siempre nos perdona por medio del sacramento de la reconciliación - nombre sumamente ilustrativo- pero ¿nosotros tenemos algo qué perdonarle? ¿sabríamos hacerlo o si quiera tenemos derecho para sentirnos ofendidos con Él? Aquí vino a mi auxilio la citada etimología y el fiel tumba-burros, poniendo en la mesa de herramientas: la disculpa y el perdón.
El verbo "disculpar", tiene como significado dis- culpa, es decir, razón que se da ocausa que se alega para excusar o purgar una culpa, mientras que "perdonar" viene del latín per y donāre, o para dar. Y al caer en la cuenta de esto, que es bastante sencillo me parece que podemos encauzar algunos o muchos pendientes interiores.
Disculpamos cuando hay en el otro una culpa que olvidar, pasar por alto, aclarar... pero en conclusión hay en el otro algo que nos hizo o percibimos como daño de alguna manera.
Por otro lado, perdonar no implica siempre haber recibido un daño, es decir, no TIENE que haber culpa en el otro, aún cuando la relación se haya dañado o debilitado. Quizás con algún familiar o amigo encontramos que las cosas no van del todo bien, pero la mera idea de tener que disculparlo se nos presenta poco clara pues no hay un punto concreto que aclarar, pero probablemente no hemos intentado el camino del perdón... del volver a dar... volver a dar la confianza, el cariño, el trato amistoso... Nos hemos dolido por algo (ofensa "activa") o por falta de algo (de una palabra o geste que considerábamos justo u oportuno, una omisión que podríamos llamar ofensa "pasiva") En este caso cabe la plenitud del proceso del perdón, volver a dar lo que en esa relación se ha perdido o enfriado.
Visto desde este ángulo, inclusive podemos revisar el estado de nuestra relación personal con Dios. Quizás sí estamos en vida de gracia (paso de inmenso valor, verdadero tesoro), pero nuestro trato es frío, funcional o tristemente nulo, no peco mortalmente, pero en la vida ordinaria - la casa, en trabajo, etc...- a penas aparece, no lo ofendo pero tampoco le tengo en cuenta. Cuesta trabajo atreverse a abrir la posibilidad de que algo que haya pasado en nuestra vida - querido o solamente permitido por Dios- nos haya dañado mucho, no se lo recriminamos... pero las cosas no han vuelto a ser las mismas. A Dios nadie tiene nada que disculparle, en Él no cabe la culpa, ¿pero no será necesario renovar el don?, es decir, perdonar...
Y Dios, nos disculpa y perdona día a día. Qué afortunados somos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buen comentario bastante sencillo, para entender y ademas muy sentido agradezco, este tipo de articulos.

Anónimo dijo...

Un post muy interesante y esclarecedor, me encantó!

Te estaré leyendo, saludos!

Elisa.