jueves, 23 de junio de 2011

Compartir una misma Mesa

Marco 5, 19(…) «Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti». El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, queremos dedicar una reflexión que no pretender ser todo lo honda que se pudiera, sino sencillamente algo así como una breve pincelanda sobre uno de los muchos aspectos que abarca ser parte del Cuerpo de Cristo.  Y nos referimos a aquellas siempre hermanas nuestras que a lo largo de los años, y mucho más en los últimos años y meses han dejado la vida consagrada en el tercer grado ¿las razones de que su decisión? Cada una, en su corazón, en su oración, en su historia personal e irrepetible es una razón.

En esta solemnidad la liturgia nos recuerda que hemos compartido la misma mesa, que nos hemos alimentado del mismo Pan, y ante la frase del sacerdote al darnos la comunión “cuerpo de Cristo”, respondemos “amén”, no únicamente a modo de manifestación de que, en efecto, la Eucaristía es el Cuerpo de Cristo, sino también a modo de recordatorio pues todos aquellos que nos acercamos al altar para recibir al Señor, somos parte del Cuerpo de Cristo. A la luz de este misterio tan grande, tan maravilloso es ante la cual queremos agradecer a todas las que en algún momento formaron parte de la vida consagrada, meses o años, todas construyeron lo que muchas seguimos viviendo, es decir, les estamos en deuda. Muchas, muchísimas de quienes “fueran” nuestras compañeras pero “son” nuestras hermanas, hablan de sus años en dentro de la vida consagrada como un don de Dios, para su vida espiritual, humana, para formarse de cara a la misión que Cristo les tenía preparada.

Y respetando el querer de cada una, así como su camino y su proceso, las consagradas (como grupo y cada una en lo personal) procuramos mantener las amistades tan grandes y fuertes que se han formado con quienes ya no compartimos un estilo de vida, pero sí una meta en la vida: ser de Dios y servir a la Iglesia, y esto, cada una desde ahí dónde Dios la quiera. Aquí viene a cuento el pasaje inicial, este hombre del que nos habla el Evangelio con sincera y honda gratitud al Señor quiere seguirlo, pero su lugar está con los suyos, para desde ahí, hablar de las grandes cosas que Dios ha hecho en él y hará ahora por medio de él.

Ahora que la tecnología nos los facilita, que nos hemos abierto con humildad y sinceridad a un proceso de revisión sobre qué había en nosotros que no fuera acorde con el Evangelio, es momento de agradecer y respetar a todos los que son sinceridad han visto que la vida consagrada no es su camino, esto también es pastoral vocacional, quizás un área menos atendida, pero no por eso menos importante, ya que tan generosa es la que entra como la que sale, ¿no quedamos que lo importante es hacer el querer de Dios sobre  cada uno pues ahí está la felicidad que Él nos tiene destinada?

Sin duda no es un tema fácil, causa desconcierto en muchas personas, quizás dolor y escándalo en otras y cuánto quisiera que no fuera así. Pero como consagrada, amiga y hermana de MUCHAS que han tomado otro camino, les animo a que sepamos acompañar en los procesos vocacionales por el camino que Dios marque, si hemos compartido el mismo Pan y el mismo Vino, Cuerpo y Sangre de Cristo, esta aparente “disminución” de consagradas en ciertos lugares implica casi forzosamente un incremento de mujeres comprometidas en la vida laical, en el matrimonio, en sus diversas profesiones… y eso es un medio más, quizás el que Dios quiere ahora para amarle más y servirle mejor. 

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