Desde hace semanas muchos hemos ido
intentando con mayor o menor intensidad y éxito preparar nuestro corazón para
la Navidad. Ya hemos hablado antes de cómo nos lo recuerdan a voces desde la
calle las tiendas, los anuncios, etc… y gracias a Dios, la Iglesia está,
aunque de modo diverso, también inmersa en este proceso se preparación que es
una “carrera inversa” en la que mucho de lo que necesitamos es frenar,
frenar, frenar. Los cuatro domingo de Adviento pueden verse también como una
rampa, que sin bien son una estupenda plataforma de lanzamiento, también
pueden ayudarnos a cambiar el paso, salir de las frenéticas
velocidades y dejarnos un momento para contemplar el mundo que nos rodea y
permitirnos que este nos interpele.
Así pues, que hay por ahí muchos y muy
buenos subsidios para prepararnos interiormente, ya sea regresando
a una vida de gracia, habiendo vivido un periodo con pasos concretos en la
caridad, la humildad, la generosidad y cualquier otra virtud, reconciliaciones
familiares, apostolados de amor al prójimo…Y…,y, y... Aún así, el corazón de
alguno que otro sentirá que es lo mismo la noche del 24 de diciembre que las de
cualquier otro mes (salvo que en esta quizás haya más gastos, compromisos
sociales… y una sensación de no haberse enterado de nada, de haber “perdido
otra Navidad”). Y se van a dormir después de la cena y misa de gallo con cierta
nostalgia por las navidades de la infancia, pensando que, cuál oscuras
golondrinas “esas no volverán”.
De ahí el título de estas líneas, uno
puede sentirse como el foquito fundido en la serie navideña, ese que deja ver
un hueco en el pino o deshace la armonía del alumbrado de la casa… en síntesis,
algo que debería estar ahí y no está.
Puede
ser que esto suceda al lado de personas que ni se enteran de que “un tal Jesús
de Nazareth” es, como dicen en inglés “the reason for the seasson”, y que en
cualquier descuido le darán puerta hasta a San Nicolás aún en su versión de
Santa Clause. Pero puede ser un tanto más costoso para la sensibilidad
espiritual (y para la parte de vanidad que le corresponda), el pasar en blanco
la Blanca Navidad al lado de personas que hacen un esfuerzo sincero y logran
llegar a este día con el alma un poco más dispuesta, que no tienen que fingir un
espíritu navideño sino que lo irradian… foquitos de iluminan y hasta suenan
villancicos.
Y aquí está uno o una, foquito fundido.
Y aquí está uno o una, foquito fundido.
Esta
situación es tan normal como costosa, y creo que entre sus mayores riesgos está
tanto el pensar que es “imposible” revivir nuestras mejores navidades (ya no
digamos nada de superarlas) o que, llegando así a esta fecha, “la Navidad no
servirá para nada” ¡ALTO! Luz roja para el foquito fundido… ¿no redimió por
igual en nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús tanto a sus contemporáneos
como a nosotros y a las generaciones venideras? Sin duda que fue una gracia
especial para los pastores de Belén, pero los pastores de que no pudieron, no
supieron, y inclusive para los que NO QUISIERON, también para ellos estuvo Jesús
en el portal.
Y el
sentir que las cosas podrían haber sido de otra manera y que nos duela esta, a
primera y horizontal vista, navidad mal vivida, quizás a los ojos de Dios
(protagonista de la misma, no lo olvidemos), no sea tal. Él, que ve en el fondo
del corazón ve este hueco como un anhelo, ¿qué es amar sino anhelar intensamente?
Y no siempre poder o saber alcanzar lo anhelado, pero no por eso dejar de
tender hacia la meta.
Puede parecer una conclusión cursi, y quizás lo sea, pero para todos aquellos foquitos fundidos, les recomiendo que escuchen hoy con mucha mayor atención el villancico “El tamborilero” o “Niño del tambor”, y nos quedemos saboreando y descansando el corazón en aquello de que “yo quisiera traer a tus pies, algún presente que te agrade Señor, mas Tú bien sabes que soy pobre también… Cuándo Dios le voy tocar frente a Él, le sonrió”.
Puede parecer una conclusión cursi, y quizás lo sea, pero para todos aquellos foquitos fundidos, les recomiendo que escuchen hoy con mucha mayor atención el villancico “El tamborilero” o “Niño del tambor”, y nos quedemos saboreando y descansando el corazón en aquello de que “yo quisiera traer a tus pies, algún presente que te agrade Señor, mas Tú bien sabes que soy pobre también… Cuándo Dios le voy tocar frente a Él, le sonrió”.
Eso es
todo, muy feliz navidad.
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