miércoles, 12 de enero de 2011

CONS¿AGRADA?

Con tremendas dificultades interiores se debe afrontar ya la persona que descubre que Dios le llama a la vida sacerdotal, religiosa o consagrada... ahora sumémosle lo que le resta por argumentar frente al mundo de preguntas, que con toda justicia y razón, bombardearán desde casa, los amigos, el novio, etc.
¡Cuántas veces sé repite la misma pregunta! Cuando ya en confianza te dicen "Pero, ¿de verdad te gusta lo que haces, en dónde estás...?" En resumen, lo que eres. O en otras palabras ser consagrada... ¿agrada? Debo confesar que hay a quienes les encanta que les pregunten esto, por ejemplo a mi…,  pues nunca viene sobrando la reflexión sobre el valor inconmensurable que significa la vocación cuándo es verdaderamente entendida. Y sin metemos por ahora mucho en esto, partamos del entendido de que la vocación es un don de Dios, amor de predilección de Aquel que llama por amor y para algo.
Pero el punto es por qué hacemos lo que hacemos. Dejando de lado tantas cosas lícitas y buenas, si se puede o no ser plenamente feliz. Vivimos en un mundo bastante simpático, hace ya buena cantidad de años que confirmamos que no es la tierra el centro del universo, pues ahora no hay manera de convencer a la humanidad que el universo no gira en tomo a cada uno de nosotros, nuestros gustos e intereses. Sí, Dios nos ha creado para ser felices, es orden, es paz, orden y paz verdaderamente que dan en aquellos que saben que están llevando a cabo, con su vida y afán diario, una misión que les supera en belleza y trascendencia. Y, aun que no de manera exclusiva, esto es lo que sucede en el interior de las almas consagradas.
Sí. Se es plenamente feliz. De las mujeres que se ha consagrado a Dios a lo largo de los XX siglos de cristianismo, las que nos hemos sabido llamadas por la misma Voz en este momento de la historia -en que nuestra vía no es precisamente la más común o la más “aplaudida”- ninguna lo ha hecho porque de repente la pobreza, la castidad o la obediencia le resultaran inconteniblemente atractivas, nada que ver con “amor al arte” o “entrega por deporte”. Lo que sí resulta una constaste es la necesidad de hacer algo por los demás, algo que perdure y llegue muy hondo, para hacerles participar de esto que me invade (la fe, la confianza en Dios, la cercanía personal con Cristo, etc.) Atracción, repentina o no, por la persona real de Jesucristo, por la fuerza que se desprende de su personalidad: hombre, líder, auténtico.,. Y vas enumerando, casi sin querer, todo lo que en Él encuentras, lo que en Él admiras, irle dando espacio, dejándose conquistar.
No es la vía fácil de llegar al cielo, de ser lo menos mala posible, no creo que este camino exista. Es sencillamente, un camino que Dios ha hecho para aquellos a quienes Él llama. Si el Dios Omnipotente, Omnisapiente, que por puro amor me creó y se entregó a la muerte de cruz por mí, me pide la vida y yo no se la doy, pues es que no entiendo nada de nada. Y más positivamente, si este es el camino para el cual he sido no sólo llamada sino CREADA, pues no encontraré en ningún otro lugar la felicidad que Dios quería que yo experimentara. "En esta vida el ciento por uno y después la vida eterna".

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