sábado, 23 de enero de 2016

Entre la sonrisa boba y la lágrima feliz, y un niño con un balón rojo.

Me he quedado entre la sonrisa boba y la lágrima feliz, acercándome con cadencia a ambos puntos una y otra vez.

Por Dios, que humanos somos, cuánto me ha sorprendido esta dimensión tribal, ritual que está tan dentro de nosotros, sobrenatural hasta lo sublime y de ahí que sea natural hasta decir basta. Y me refiero a algo tan bonito y sencillo como lo es un bautizo vivido en un grupo familiar.

Santi y Gemma han llevado al Macarena a la Iglesia, en todo el sentido de la palabra. Y mil "polaroids mentales" se me agolpan, escribo sonriendo y como queriendo colgarlas en cierto orden en un hilo para verlas mejor, para aprehenderlas mejor y que dejen en mi lo que han de dejar. No lo voy a lograr, pero no puedo dejar de intentarlo.

Ver a los asistentes, conocidos y muy queridos en su inmensa mayoría, ver a los pocos que no conozco, notar que les veo con un prejuicio afectivo positivo (si está ahí es que le quieren aquellos a quienes yo quiero, ergo, les pre-quiero). Macarena es preciosa, una muñequita mínima que dicen por ahí que llora mucho, pero que se ha portado como una campeona en su primer momentazo sacramental. Los padres están radiantes y unidos, entran en procesión y al verles acercase al altar pienso en su boda, lo que las fotos me contaron de ella, y es que casi todos los recordamos solteros, luego novios, recién casados y ahora ya son una familia... Vaya felices acercamientos al altar.

Lecturas preciosas con lectores significativos, oraciones cuidadas y respondidas por gente cuyo fervor está más en saberse muy necesitados de esas maravillas que se prometen para la vida cristiana de Macarena, para la fe de la comunidad que le acoge, etc., más por suplicar eso que por ser una asamblea precisamente disciplinada. Me siento identificada.

Veo familias que van por delante en edad, en años de matrimonio. Por otro lado las parejas que están en andanzas similares, y las amigas y amigos que se acercan a las grandes decisiones. Es evidente una urdimbre de todos los temas que hacen la vida bella, buena y verdadera. Pensar en uno me lleva con gratitud a pensar en los otros, esos me remiten a otros tantos... y, Madre mía, cuánto quiero a esta gente. Banco por banco de la iglesia, cuánto que promete seguir creciendo.

Hay por ahí un niño con un balón rojo, y cada vez que le veo haciendo esfuerzo por no chutar ahí mismo (diré en su defensa que salió airoso de tremenda tentación) más me alegraba y más se me imponía interiormente la belleza de esas familias de fe en la vida ordinaria, de fe de todas las tallas, de fe en pantalón corto, de fe de grandes filósofos, de fe que se va de cañas, de fe que no teme salpicarse de vida preciosamente real, como los balones rojos.

Gestos de los sacerdotes que tranquilizan al acólito que tiene algún percance en medio de mil aciertos, todo es parte del rito. Eso también nos hace sonreír y nos solidarizamos con el mal trago del chiquillo y queremos decirle que no ha pasado nada, y desde nuestro sitio agradecemos que los del altar se lo hagan notar así. Es una comunidad.

Por algo el nombre, nombre que es misión. Gracias Macarena por regalarme tremendo día, hoy tu vida está mucho más cerca del cielo y la mía también un poco más, ya crecerás y platicaremos de este día.

Bienvenida a la familia.

2 comentarios:

Santiago dijo...

Paulina, muchas gracias por una crónica tan sentida y resaltando detalles significativos. Un abrazo,
Santiago

entreotrasideas dijo...

A ti, a vosotros, a Dios, a los balones rojos.